Se ha publicado recientemente en la revista Nature medicine, una revisión sobre cómo el COVID-19 influyó en la salud mental debido a esta pandemia.
A continuación, os mostramos un resumen de la revisión que han desarrollado estos autores. La autoría original de este manuscrito corresponde a Brenda W. J. H. Penninx, Michael E. Benros, Robyn S. Klein y Christiaan H. Vinkers.
Para comenzar
La pandemia por el COVID-19 ha amenazado la salud mental de todo el mundo de forma muy significativa como causa de los cambios sociales y de las secuelas neuropsiquiátricas tras la infección por esta enfermedad. A pesar de los problemas de salud mental que son declarados, hasta la actualidad, esta situación no se ha traducido en un incremento objetivo de las tasas de trastornos mentales, autolesiones o tasas de suicidio a nivel poblacional. Tal y como indican los propios autores, estas circunstancias podrían sugerir adaptaciones de las personas. Sin embargo, existe una amplia gran heterogeneidad entre subgrupos. También podría producirse en determinados efectos debido al desfase temporal.
Respecto a la COVID-19 en sí, las secuelas neuropsiquiátricas agudas y post-agudas más importantes son la fatiga, las alteraciones cognitivas y los síntomas de ansiedad y depresión, después de la infección incluso durante meses. Para comprender cómo el COVID-19 sigue influyendo en la salud mental a largo plazo, los investigadores de este estudio han considerado necesario disponer de datos longitudinales bien controlados a nivel neurobiológico, individual y social.
Para profundizar
Es muy importante tener presente que no hay que descuidar los efectos a largo plazo de la salud mental. Hasta ahora, la investigación se ha centrado principalmente en los efectos agudos y a corto plazo de la pandemia en la salud mental, considerando los efectos de la pandemia durante varios meses hasta un año. Sin embargo, es esencial realizar un seguimiento más prolongado de los efectos de la pandemia en la salud mental de la población.
Los investigadores se hacen algunas preguntas que son muy interesantes plantearnos y que sin duda presentan una enorme relevancia:
- ¿Pueden los trastornos sociales y económicos después de la pandemia aumentar el riesgo de trastornos mentales en una fase posterior, cuando los efectos agudos de la pandemia hayan remitido?
- ¿El aumento de problemas de salud mental autodeclarados podría volver a los niveles prepandémicos de la pandemia
- ¿Qué grupos de personas podrían ser los que siguiesen estando más afectados a largo plazo?
Según los autores de esta revisión, la comunidad científica debe de darse cuenta de que ciertas consecuencias de la pandemia especialmente las que afectan a los ingresos y a las trayectorias escolares y laborales, pueden ser visibles cuando pasen varios años. Por lo tanto, se considera una necesidad estudiar las consecuencias de la pandemia en los años siguientes, por ejemplo, mediante el seguimiento de la utilización de los servicios de salud mental y de atención al suicidio. Estos servicios deberían incluir poblaciones específicas de riesgo y grupos de población poco estudiados en los países de ingresos bajos y medios.
Preparar la infraestructura de salud mental para tiempos de pandemia
Según los autores de esta revisión, si la gente considera los problemas de salud mental como algo serio, esto se traduciría en que no sólo debemos vigilarla sino también desarrollar los recursos y las infraestructuras necesarias para realizar intervenciones tempranas, especialmente en grupos de población con una mayor vulnerabilidad. Para poder realizar una atención y un seguimiento adecuado, la atención primaria, la salud mental comunitaria y la salud mental pública, deben estar preparadas y contar con la infraestructura y todos los recursos pertinentes. En muchos países, los servicios de salud no estaban en condiciones de satisfacer las necesidades de salud mental de la población antes de la pandemia y que, sin lugar a duda, han empeorado de manera muy significativa durante la pandemia.
Según los autores, se deben garantizar un acceso rápido a los servicios de la salud mental, pero también tratar los factores subyacentes de esta problemática, como la mitigación de los riesgos de desempleo, la violencia sexual y la pobreza. La colaboración en las primeras fases entre disciplinas y conocimientos es esencial. Los proveedores de servicios de salud mental deben estar más preparados para las consultas presenciales de las diferentes terapias y los seguimientos por teléfono y otros recursos telemáticos. La pandemia ha demostrado que una infraestructura inadecuada, las desigualdades preexistentes y los bajos niveles de la tecnología, dificultan el uso de la sanidad electrónica. Las inversiones adecuadas pueden garantizar una rápida ampliación de los servicios de salud mental durante futuras pandemias para aquellos que han presentados problemas de salud mental debido a los cambios sociales, las medidas gubernamentales, el miedo al contagio o la propia infección.
Según los autores de esta revisión, estas circunstancias requieren la colaboración de todas las partes implicadas para garantizar una investigación interdisciplinaria y robusta, así como prestar atención y cuidados en una fase temprana a las personas más vulnerables, dando a la salud mental la misma prioridad que a la física.
Conclusión
Aunque se ha prestado mucha atención a las consecuencias de la salud física por el COVID-19, la salud mental ha recibido de forma injusta menos atención. Existe una necesidad urgente de preparar las infraestructuras y la atención sanitaria no sólo para un seguimiento adecuado de los efectos a largo plazo de la pandemia, sino también para las crisis en el futuro que afectarán a la salud mental.
Enlace a la referencia
Para conocer más detalles sobre esta temática, puede consultar la publicación que realizaron los autores a texto completo en el siguiente enlace: